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LOGRO SER MAMA TRAS PELEAR CONTRA UN CANCER DURANTE EL EMBARAZO

  • Radio Satélite
  • 29 de septiembre de 2016

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El coraje de Noemí

Le detectaron un tumor en el cuello del útero en el cuarto mes de gestación. Hizo quimioterapia y tras la cesárea la operaron.

Antes que cualquier “Hola”, en este teléfono suena el llanto de una bebé. “Quiere upita, quiere a la mamá”, explica Noemí, esa mamá a la que Indira, de seis meses y medio, pide a gritos. Indira nació el 7 de marzo a las 9.35 de la mañana por cesárea: pesó casi tres kilos y lloró justo antes de que Noemí le diera el primer beso en la frente. Ese mismo día, en una cirugía radical oncológica que duró nueve horas, el equipo de tocoginecología del Hospital Penna le extirpó a Noemí el útero, el cuello del útero, los ganglios de la zona y un ovario: Noemí tenía cáncer en el cuello del útero, una patología que se da 1,2 veces cada 10.000 mujeres embarazadas.

El 15 de diciembre del año pasado, en la Maternidad Sardá, Noemí Corso, que tiene 27 años, supo que tenía un tumor. Dos días después una ecografía le confirmó que su embarazo llevaba cuatro meses y medio: “Yo creía que estaba sólo de un mes porque seguí menstruando; pero cuando vi la ecografía la beba ya estaba formadita, se movía, y decidí que quería que viviera a toda costa”, dice Noemí en su casa de Lomas de Zamora, donde vive con Indira, con su marido, Gastón, y con Keyla, su otra hija, de 11 años.

“Afortunadamente, diagnosticar un cáncer de cuello de útero durante el embarazo no es lo más frecuente. Cuando ocurre, el tratamiento depende del estadio de la enfermedad, de la edad gestacional del feto y de la decisión de la paciente”, dice Augusto Guerrero, el tocoginecólogo que siguió el embarazo de Noemí en el Hospital Penna, institución a la que llegó derivada desde la Sardá. Junto con el Durand, el Penna es uno de los dos hospitales porteños que cuenta con un equipo tocoginecológico multidisciplinario, en el que también participa una psicóloga. Según Guerrero, “en casos así hay que plantearle a la paciente si quiere seguir con la gestación, especialmente antes de las 20 semanas”. Noemí, que al conocer el diagnóstico cursaba la 22ª semana de su embarazo, quiso: “La adhesión del paciente al tratamiento es fundamental, y la de Noemí fue inmediata”.

“Es difícil poner el cuerpo, pero yo sentí que tenía que aferrarme a algo. En mi caso, a la bebé que venía; es agarrarse de algo que te haga bien”, reflexiona Noemí. Gastón tenía miedo: “No quiso ilusionarse con el embarazo porque no sabía qué iba a pasar, y yo le decía que no iba a pasar nada, que la bebé iba a estar con nosotros”, cuenta.

Ernesto Castro, oncoginecólogo del Penna y médico de Noemí, describe el caso: “Cuando una mujer es diagnosticada con cáncer de cuello de útero y no está embarazada, se le aplica quimioterapia y rayos. Pero cuando está embarazada no puede hacer radioterapia porque los rayos matan al bebé. Se hace una quimioterapia con dos drogas que, en el caso de Noemí, hizo que un tumor de 8 centímetros se redujera a la mitad”. Según Castro, este tratamiento “no implica, en líneas generales, ni riesgos ni secuelas para el bebé”. Noemí hizo tres sesiones antes de la cesárea: “Estaba tres o cuatro horas cada vez, me acompañaban Gastón o mi mamá”, recuerda.

El embarazo avanzaba y los efectos secundarios de la quimioterapia también: “Un poco después de la primera sesión empezó a caerse el pelo. Me veía cada vez más fea, más rara, así que decidí pelarme del todo y andaba con pañuelo. Ahora ya volvió a crecer”, se entusiasma Corso, en un recreo de su trabajo como costurera.

Después de la cirugía del 7 de marzo, estuvo internada una semana. “Me dieron un mes de descanso para que pudiera amamantar a mi bebé, y empezó de nuevo el tratamiento para prevenir que el cáncer volviera”, explica. Hizo seis sesiones más de quimioterapia, 25 de radioterapia, y, en La Plata, cinco de braquiterapia, que es una aplicación muy localizada de rayos en la zona en la que había estado el cuello uterino. “Mi marido me dice ‘Ya está, gorda, te salvaste’, y faltan cuatro años para el alta; pero por ahora sólo tengo que hacerme controles porque la enfermedad ya no está más en mi cuerpo”. Antes, cuenta, renegaba más. “Ahora lo único que me importa es que las nenas tengan lo que necesitan, ya no me hago problemas por cosas chiquitas, sólo pienso en salir adelante”.

Fuente: Clarín

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